Declaración del miércoles de ceniza sobre la inmigración de la Conferencia de Obispos Católicos de California

Sacramento, CA – (English) Hoy inicia la temporada de la Cuaresma, momento en que el pueblo cristiano nos dedicamos, de forma más intencional, a las obras de misericordia, espirituales y corporales, en un esfuerzo sincero de conformar nuestras vidas a la imagen de Jesucristo. Aprovechamos esta ocasión para hacer un llamado a los católicos y a toda persona de buena voluntad en California y por todos los Estados Unidos, a que seamos solidarios con las personas vulnerables y excluidas de nuestra sociedad.  Urge que prestemos atención a las necesidades de nuestros prójimos que son migrantes y refugiados, especialmente a los inmigrantes indocumentados.  Injustamente se les están atacando y recriminando a estos hermanos nuestros.

Estamos profundamente preocupados por la posibilidad que extensas deportaciones romperán a las familias y fragmentarán nuestras comunidades. Un tembloroso terror ahora está sofocando nuestras vecindades y escuelas.  Se está impidiendo la industria de las empresas y las granjas californianas. Parece ser que estemos relegando al margen la larga trayectoria americana de la renovación e innovación que han inspirado generaciones sucesivas de inmigrantes y refugiados. Somos una nación de inmigrantes. Tenemos un largo historial de acoger a las personas que huyen de la violencia en otros países. No debemos darle la espalda a este legado orgulloso, especialmente en este momento actual del país.

Como párrocos, somos testigos del temor que diario aflige a nuestras comunidades. Hacemos un llamado a la nueva Administración y al Congreso en Washington para que alivien el clima de temor que ahora se apodera de nuestras comunidades. Ya es hora de que nuestros líderes dejen de polemizar sobre el tema de la migración para sacar provecho político y que se dediquen a la tarea de componer nuestro fracturado sistema de inmigración. Los principios y prioridades para la reforma de inmigración son razonables y bien conocidos. Nos hace falta la reforma de programa de visas familiares y de trabajadores extranjeros. Merecemos una reforma que mantenga la unidad de las familias y que reconozca el debido proceso de ley para cada persona. Debemos proveer a los que ya están aquí sin documentos, y que ya contribuyen bastante a nuestra economía y sociedad, un camino eficaz hacia la regularización de su estado migratorio con la posibilidad de que se conviertan luego en ciudadanos.

Ya se están considerando algunas medidas concretas. En el Congreso, la ley Federal “BRIDGE”, S.128/H.R, 496, por ejemplo,  protegerá a los estudiantes beneficiarios del programa DACA (Acción Diferida para los Llegados en la Infancia).  En Sacramento, la Ley de Valores de California (California Values Act), SB 54, protegería la seguridad y el bienestar de todos los californianos al garantizar que los recursos estatales y locales no se utilicen para ayudar a llevar a cabo las deportaciones que separarían a las familias. Esta última también ayudaría a que disminuyan los actos delictivos ya que las personas indocumentadas no tendrían miedo de acercarse a un agente del orden público para denunciar un delito.   Apoyamos estas propuestas, al igual que otras medidas razonables para abordar el tema de la inmigración de forma compasiva y considerada. Exhortamos a nuestros líderes políticos a que encuentren soluciones bipartidistas.

Los obispos católicos de California y los Estados Unidos apoyan la obligación del gobierno federal de proteger nuestras fronteras y respetar nuestras leyes de inmigración. También mantenemos que estos principios jurídicos deberían de estar siempre al servicio de la dignidad humana y del bien común de la sociedad.  El sistema actual de leyes migratorias tiene carencias muy graves.  Debido a éstas, el impulso actual de aumentar su aplicación e implementar las deportaciones masivas — sin primero reformar los fundamentos del sistema— solamente llevará a mayores violaciones de los derechos humanos y asaltos contra la dignidad humana.

Así como la Iglesia trabaja para proteger la vida de los niños no nacidos y para apoyar a los desempleados, a las personas sin hogar y a los que sufren por el hambre, nos comprometemos de la misma manera a seguir apoyando los programas para migrantes y refugiados. Nuestras parroquias y servicios sociales, como Caridades Católicas, deberán seguir siendo solidarios con nuestros hermanos y hermanas que sufren. 

Pedimos a todas las personas de fe que colaboren con sus vecinos para acoger y acompañar a aquellas personas que sientan el temor y la inseguridad. Debemos entender mejor y ponernos solidarios con el otro.  El reconocer que todos compartimos la misma condición humana, los mismos profundos anhelos y esperanzas, nos ayudará a mejor responder a la angustia y la incertidumbre que existe entre nosotros mismos y en el país.

En esta época de Cuaresma, escucharemos el conocido estribillo del Salmo 95, “Si escuchan hoy su voz, no endurezcan su corazón”. El Señor Dios siempre escucha el clamor de los pobres.  Dios es todo misericordioso y seremos juzgados por la manera en que vemos, escuchamos y actuamos conforme a esa misericordia. Que nuestro ayuno, penitencia, caridad y solidaridad nos ayuden a vivir como un solo pueblo bajo esta mirada misericordiosa de Dios.

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